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Si siempre que uno fuera a escribir pensara que las palabras están compuestas por unidades significativas llamadas monemas y que los monemas pueden ser lexemas o morfemas y que los morfemas pueden ser dependientes o independientes y que los dependientes pueden ser prefijos, sufijos o interfijos, seguramente no pasaría de las primeras líneas.
Uno no tiene que saber que rápido, rapidez y rápidamente son adjetivo, sustantivo y adverbio, ni que las unidades de comunicación constituidas por palabras se llaman oraciones y que éstas pueden ser simples, compuestas o complejas.
Si no está claro que Ferdinand de Saussure escribió el Curso de lingüística general, no importa, uno no tiene que saber eso.
Lo que sí está claro es que la letra B se llama “be”, y no “be de burro”.
Que la V se llama “uve”, y no “ve de vaca”.
Que “iba”, del verbo ir, no tiene nada que ver con el Impuesto sobre el valor agregado (IVA)…
Que “cocer” no es lo mismo que “coser” y que el gerundio de “dormir” no es “dormiendo” sino “durmiendo”.
Para escribir no hace falta saber qué cosa es un monema; lo que no tiene perdón es que no sepamos escribir ni siquiera nuestro propio nombre.
Estaba entregando evaluaciones y le dije “Sebastian” a Sebastián.
—No, profesor, es Se-bas-tián —me dijo él haciendo particular énfasis en la última silaba.
—Pues aquí dice “Sebastian” —repuse entregándole el examen con su nombre mal escrito.
Él lo vio y me dijo:
—Profe, a mí me dijeron que los nombres no tienen ortografía.
Me dio la espalda y caminó hasta su puesto. Tomó asiento. Mostrándole su examen al compañero del lado le dijo algo y ambos me miraron. Viéndome, soltaron la risa.
—Sebastián dice que los nombres no tienen ortografía —les dije a toda mi clase—, ¿ustedes qué opinan?
Sebastián me miró con cara de: ¿yo?, y yo lo miré con cara de sí usted.
Algunos dijeron que era verdad lo que decía su compañero y otros propusieron que le pusiera cero y lo sacara del salón.
“En realidad todas las palabras se rigen a partir de unas leyes y los nombres no están exentos de esas leyes, porque los nombres también son palabras”. Eso les dije.
No es lo mismo escribir “Héctor” o “Etor” y mucho menos “ector”. “María” no es “Maria” y “Nicolás” no es “nicolas” ni mucho menos. Al nombre “Camilo” lo he visto así: Kamilo y así: K’milo.
Uno no tiene que ser escritor para respetar normas ortográficas tan básicas. Tampoco tiene que esperar a firmar “algo importante” para empezar a tomarse en serio esto. Muchos le dan un toque personal a su nombre cambiándole algunas letras, toque que no mejora positivamente la impresión que las otras personas puedan llevarse de ellos. Cuando son nombres o sustantivos propios, como es este el caso, empiezan siempre en mayúscula, las demás letras van todas en minúscula. Hay que respetar las tildes y las haches.
“Escribir bien”, entonces, es una redundancia. Uno escribe, o eskribe.
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